El enfrentamiento entre dos viejos aliados por el control del narcotráfico tiene en crisis una región que vuelve a ser noticia, esta vez por el secuestro de Cristo José Contreras, un niño de 5 años.
La noticia del secuestro de Cristo José Contreras, un niño de cinco años, hijo del alcalde de El Carmen, parece llegada de otro tiempo, de los años más duros de la guerra en Colombia. Que haya sucedido esta semana solo ratifica que hay zonas del país donde los vientos de paz se sienten lejanos, ni siquiera son una brisa. En el Catatumbo, en Norte de Santander, el desarme de las Farc derivó en una guerra entre el Eln y el Epl, dos viejos aliados que tiene inmersa a la región en uno de sus peores momentos.
En medio de la batalla por los cultivos, las rutas y hasta los exguerrilleros de las Farc, el Catat
umbo, una región compuesta por 11 municipios y habitada por alrededor de 300.000 personas, ha puesto civiles muertos, varios de ellos líderes sociales, y miles de desplazados durante el último año, como lo han advertido ya organismos como la Defensoría del Pueblo y las Naciones Unidas.
Los antecedentes directos de la compleja situación arrancan a finales de 2015. El 2 de octubre de ese año, durante un operativo que incluyó un bombardeo de la Fuerza Pública, murió alias Megateo, el jefe máximo y el único miembro realmente visible del Epl. Bajo su figura, esa organización intentaba mostrar que tenía móviles políticos a la par que era un jugador clave del narcotráfico, en una especie de pacto con las Farc y el Eln para dividirse los territorios y los eslabones del cultivo de la coca y el procesamiento de la cocaína.
No había pasado un año de ese operativo cuando las autoridades capturaron a alias David, quien había reemplazado a Megateo en el mando de la organización, y quien también le apostaba a lograr el reconocimiento político del grupo. En adelante, explica Irina Cuesta, investigadora de la Fundación Ideas para la Paz, el grupo cayó en una espiral en la que se acentuó su «narcotización» y «criminalización», tras quedar en la dirigencia de mandos más jóvenes y enfilados la decisión hacia las rentas criminales.
La caída de las cabezas del Epl, o los Pelusos, como los denomina la Fuerza Pública, coincidió con el comienzo del desarme de las Farc. La guerrilla dejó vacíos de poder y, como en muchas otras regiones, el Eln pretendió llenarlos. Sin embargo, el Epl hizo la misma apuesta y, con los nuevos mandos, que carecían de figuración e interlocución frente a los elenos, comenzaron las tensiones.
«Los cambios en el comportamiento con la población civil y el relevo interno afectaron sus relaciones con el ELN, quebrando pactos sobre cómo negociar la compra y venta de pasta de coca así como la vigilancia de cristalizaderos y de rutas para sacar la mercancía por Venezuela y el sur de Cesar hacia la cosa Atlántica y el Urabá antioqueño», dice el informe Garantías de Seguridad, publicado esta semana por la FIP, y que le dedica un capítulo de estudio a la situación actual del Catatumbo.
En esa disputa por la herencia de las Farc el Epl le va ganando el pulso al Eln. Incluso, se calcula que parte de los guerrilleros que en esa zona no le caminaron al proceso de paz, se fueron a las filas de esa organización. Se habla también de que algunos continuaron armados, pero al otro lado de la frontera, en Venezuela. Y también están los disidentes del frente 33 de las Farc que estarían conformando su propia estructura, bajo la tutela de John 40, un antiguo mando medio del Bloque Oriental que se convirtió en una especie de Negro Acacio tras la muerte del histórico narcotraficante de las Farc. Estos reductos guerrilleros estarían ubicados en zonas como El Tarra o Caño Indio.
La tensión estalló en marzo pasado, cuando el Epl le declaró la guerra abierta al Eln. Entonces la situación humanitaria se agravó. Por cuenta de los enfrentamientos, se expandió el miedo entre los habitantes del Catatumbo. Los niños dejaron de ir a clase y comenzó una nueva oleada de desplazamiento en la larga historia de desarraigo que se ha vivido en esa región por culpa de la guerra. La Oficina de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas advirtió en mayo sobre el desplazamiento de más de 8.800 personas luego del paro armado que decretó el Epl.
El pasado 20 de julio, 10 sicarios dispararon ráfagas de fusil contra los clientes de un billar en el municipio de El Tarra. Asesinaron a 9 personas y aunque no quedaron claros sus motivos, se relacionaron con la guerra entre los dos grupos. Ese acto sepultó la esperanza de una paz cercana en la zona, y recordó los peores crímenes de comienzo de siglo, durante la incursión paramilitar.
El mapa de la violencia en el Catatumbo muestra a un Epl consolidado sobre los municipios de San Calixto y Hacarí, donde ha tenido su influencia histórica, incluso en este último estaba el campamento donde se escondía Megateo cuando fue bombardeado. Alrededor, en Teorama, Tibú, El Tarra, La Playa y El Carmen, donde fue secuestrado el niño Cristo José, la presencia predominante es del Eln. Toda la zona, además, está plagada de coca, el motivo de la guerra. De hecho, la reciente medición de cultivos de Naciones Unidas muestra a Norte de Santander con 28.000 hectáreas, el 16% de la mata que hay en todo el país, y lo ubica como el tercer departamento con más cultivos, después de Nariño y Putumayo.
Además de las rutas de la coca que están trazadas hacia la frontera, también hay varias que unen al Catatumbo con departamentos como Bolívar, Córdoba y Antioquia (el Urabá), lo que daría cuenta del flujo de narcotráfico entre los grupos de esa zona, sobre todo entre el Epl y el Clan del Golfo, cuyo máximo líder, Otoniel, empezó su carrera criminal en la década de los 80 en esa organización, antes de su primera desmovilización.
Entre los líderes de la zona, la crítica de fondo sigue siendo la misma: la región está altamente militarizada, pero la intervención social del Estado es mínima, y así esos ciclos de la guerra nunca terminan por romperse. Con esa percepción de ausencia estatal, a lo que se suma lo que los pobladores leen como los inclumplimientos del Gobierno a lo pactado en los varios paros agrarios que allí han tenido lugar en los últimos años, la sustitución de cultivos tampoco ha podido despegar, y mucho menos otros puntos de fondo derivados del proceso de paz con las Farc.
«Según las personas entrevistadas, el ELN no habría planteado oposición a la sustitución de cultivos, y lo que dicen a las comunidades en reuniones es que se vincule al programa quien así lo quiera. Sin embargo, el EPL sí ha planteado una oposición al PNIS, a través de amenazas a personas vinculadas. Para las comunidades, una vez más el Estado ha dejado sola a la población, sin garantías de seguridad para su tránsito a la legalidad», dice la FIP.
Lo que esta nueva disputa entre el Eln y el Epl ha dejado para la población civil es un ciclo más de violencia entre tantos que han vivido desde hace más de 30 años, cuando los actores armados empezaron a llegar a la zona atraídos por la frontera, la infraestructura petrolera y la coca. «En lo que va de 2018 han aumentado las amenazas y desplazamientos de líderes. Según registros de la FIP, en 2017 se presentaron cuatro agresiones a líderes en Norte de Santander, mientras que en lo que va de 2018 se han registrado 18, la mayoría homicidios en los municipios de El Carmen, El Tarra, Teorama y Tibú», dice el informe de la Fundación.
El secuestro del pequeño Cristo José Contrerass, quien ya cumple dos días separado de su angustiada familia, es una muestra de que en el Catatumbo la guerra sigue tan viva como siempre.