
Invocamos con pesadumbre esas charlas con personas de avanzada edad, y lo primero que se viene a la mente es una frase: “El valor de la palabra”. Ellos siempre decían que si algún día faltaban a su palabra no estarían engañando al otro o a la gente que lo rodeara, sino que se estarían engañando a sí mismos, a su familia, a su sangre y honor familiar.
Años atrás, muchos para algunos y pocos para otros, había un valor que hoy parece estar en deterioro: La palabra como compromiso. Cuando se cerraba un negocio o se llegaba a un acuerdo, de cualquier tipo que fuere, las personas involucradas se daban la mano. Este gesto mutuo valía más que un documento. De hecho, en muchos casos no se firmaban papeles, pero se cumplían los compromisos adquiridos. La sociedad respetaba esta obligación. En algunas ciudades había negocios de artículos de primera necesidad que anotaban las compras de sus clientes en una libreta y el monto se iba pagando según las posibilidades o a fin de mes con el cobro del salario. Quien defraudaba esta confianza era mal visto y perdía el respeto de sus semejantes. Pero era muy raro que esto ocurriese.
Hoy día, las cosas han cambiado. El fraude, la estafa, la irresponsabilidad, ser más listo que el otro son cosa común y toleradas cuando no aplaudidas por el ámbito social. Vale más quien más tiene… y no importan los medios para llegar a ello. Ejemplos no faltan: Políticos, artistas, deportistas inundan las pantallas de televisión y las páginas de los periódicos con situaciones delictivas descubiertas de forma cotidiana.
El valor de la palabra, es una cuestión comúnmente olvidada en nuestra región, sobre todo a nivel de los hombres y las mujeres que ostentan el poder y el dinero. En muchos ámbitos y sectores de la vida, la palabra ha perdido el valor y la importancia que debería merecer, en tanto que es base fundamental de las relaciones sociales. El costo mayor de esta situación, entre muchas otras consecuencias, ha sido el aumento de la desconfianza. El cambio ante esta situación no será repentino, sino gradual, pero si la sociedad da el primer paso podrá ser posible. La familia y los establecimientos educativos son los baluartes desde los que debe enseñarse, en especial a niños y estudiantes, el valor de mantener la palabra a pesar de las dificultades que puedan surgir.
En todos los campos debemos promoverse este valor, es el comercial, quizás el más dañado en este aspecto por circunstancias del contexto social, económico y político. El ejemplo de los mayores respecto a los hijos y estudiantes debe ser claro y digno de seguirse; si damos los primeros pasos el camino será más fácil y la situación podrá cambiarse. Está en nosotros obtener este logro, para que un día no lejano estrechar mutuamente las manos vuelva a ser el compromiso que nunca debió haberse ausentado de nuestras costumbres.
Padres coherentes son aquellos que saben trasmitir a sus hijos con tacto y bondad que los seres humanos nos realizamos no buscando “el sol que más calienta”, sino amando la verdad y compartiéndola con los otros.
Políticos fidedignos son aquellos que han hecho de la “cosa pública” no el “arte de lo posible”, sino el servicio en la búsqueda del bien de sus conciudadanos y de un mañana mejor para todos, sin acepción de personas. Eso debe ser el valor de la palabra que tienen que tener en estos momentos los políticos y que no nos salgan después con falacias y se pierdan de las comunidades.