
Por los años treinta ningún pueblo del municipio de Magangue disponía de acueducto, agua potable de manera que sus habitantes por lo tanto tenían que ir a buscarla al río o a sitios más cercanos a la población – como en el caso de mi pueblo – en fuentes como la CAÑADA, EL ROMPEDERO, y ocasionalmente al río, aquellas personas que disponían o eran propietarias de un animal de carga, ya fuese un burro, un mulo o un buey.
Como los hombres se ocupaban en su gran mayoría al pastoreo de los ganados o en su defecto los que carecían de fincas, en la labranza de la tierra, eran las mujeres las que regularmente cumplían la tarea de buscar el agua para lo cual se valían de vasijas de toda naturaleza: esto era: múcuras de barro cocido, calabazos de totumo o barriles de madera. Por cierto que, por el recipiente que llevara cada parroquiano a la cañada o al río, se catalogaba su estrato social, así, los ricos del pueblo manaban a sus empleados en burro y con barriles en cambio los pobres lo hacían con múcuras y los más pobres, con calabazos.
Este ejercicio u oficio de buscar el agua, le producía a las mujeres el desarrollo de su musculatura hasta convertirás en verdaderas “amazonas”, de cuerpos estilizados, brazos y piernas potentes dado que para levantar el recipiente donde llevaban el agua, después de lleno lo levantaban hasta sus cabezas donde se colocaban una especie de turbante que ellas llamaban “rodillo” y sobre este ponían el calabazo o la múcura lo cual además les obligaba a caminar esbeltas y hasta con cierta elegancia.
De manera que , estas mujeres eran muy fuertes y los maridos a sabiendas de que así lo eran, evitaban amenazarles con pegarles por cualquier causa como también era la costumbre de esos tiempos en que la mujer vivía sometida a la voluntad, dominio y hasta los caprichos del marido.
Nicolás casado con Genoveva, en un momento desafortunado para él se le olvidó que su mujer había sido siempre y por muchos años, desde muy joven, la que surtía de agua para el gasto de la casa con su múcura en la cabeza desde la cañada; lo que le había hecho de piernas y brazos fuertes y un día porque encontró que la comida estaba fría montó en santa ira y se quitó el cinturón con la intención de darle una cueriza a Genoveva.
Nicolás que se quita el cinturón y se le viene amenazante a Genoveva, ella dejó que se le acercara y cuando ya lo tuvo a cierta distancia mediante un soberbio derechazo que le descargó directamente a la mandíbula, el pobre hombre cayó al suelo tan largo como era; la hija mayor que en esos momentos entraba a la casa al ver a su padre tendido en el suelo y con los ojos viendo lejos, le peguntó a su madre que le había pasado a su padre, Genoveva con la manga de la blusa arremangada, y el rostro enrojecido de la rabia, le dijo: saca un jarro de agua de la tinaja que está bien fría y échaselo a tu papá y después te cuento.
Una vez que le rociaron entre las dos mujeres el agua a Nicolás, este comenzó a abrir los ojos, y cuando ya fue capaz de hablar preguntó: “¿qué pasó aquí, quien me pegó con esa piedra?
Magdalena se apresuró a contestarle “ninguna pedrada, lo que te tiró al suelo fue una trompada que te dio mama y debes contar con suerte que no te rompió ningún hueso de la quijada porque el golpe que te descargó con la mano derecha no fue tan fuerte de haber sido con la mano izquierda – ella es zurda – que si te da con esta no estuvieras hablando”
La noticia como suele suceder en los pueblos donde todo el mundo se conoce, se propagó llevada por el viento y desde ese día ningún otro hombre se atrevió a levantarle la voz a su mujer; Genoveva fue considerada como una heroína admirada por todas las mujeres y temida por los hombres.