Hace dos días se inició formalmente el juicio político en contra del presidente Donald Trump. La razón principal tiene que ver con el presunto abuso de poder referenciado en una llamada telefónica entre el presidente estadounidense y el presidente ucraniano, en el que Trump le dice “que le hiciera un favor” e investigara a su posible contrincante en las próximas elecciones (Joe Biden), y a partir de eso lo apoyaría económicamente. Lo curioso del caso es que una semana antes decía que él no había mencionado nada sobre ese tema en esa conversación.
Más allá del juicio político, que seguramente no logrará su destitución, o de cómo seguramente sus seguidores simplemente creerán que esta situación es una persecución política, lo que sí preocupa constantemente en “trumpworld” como dijo el republicano Mitt Romney, es como el presidente de Estados Unidos no le da valor a ninguna de las palabras que salen de su boca. Es impresionante observar como constantemente el líder del mundo, minimiza el efecto de sus declaraciones, y cuando se lo pillan es como si en verdad creyera que nadie podrá demostrar inclusive que alguna vez esas palabras fueron dichas.
De manera constante su estrategia es la de confundir, distraer, poner a todos en la misma bolsa, para lograr que la opinión pública voltee su mirada, juzgue a todos por igual (todos son igual de corruptos) y no se dé cuenta de la simple realidad, que él es lo único que le importa. El efecto colateral de esa estrategia egoísta, es que mina la confianza de las personas cuando le quita valor a la palabra. Como líder que es, nos deja en un mundo en el que nadie cree en nada o en nadie, porque digas lo que digas las palabras estarán vacías.
Es preocupante observar como esa sensación de desconfianza, en los últimos tiempos ha puesto a temblar bancos, empresas y hasta países enteros. Las palabras, y principalmente la de los líderes, tienen el poder de crear o de destruir realidades. Nuestra realidad demuestra cómo se ha venido perdiendo el respeto entre las personas y solo ha quedado la duda, la incertidumbre y la desconfianza hacia la contraparte, lo que inmediatamente nos separa y nos dificulta recorrer un camino común.
No creo que Donald Trump haya iniciado este proceso de desconfianza desmedida, pero sí considero que lo ha acelerado a pasos agigantados. Todo por no pensar antes de hablar, o simplemente porque no entiende los efectos colaterales que tiene su estilo de liderazgo, ya que lo único que ve es su victoria en las próximas presidenciales.
Me acuerdo cuando mis padres comentaban llenos de admiración que ese o tal hombre era una persona de palabra, implicando que él era alguien digno en quien se podía confiar. Este debe ser el rasero con el cual escogemos a nuestros líderes porque son ellos los que darán el ejemplo a la sociedad, y construirán en nosotros la confianza necesaria que nos permita recuperar la palabra perdida.