por: Lic. Anuar Cortázar Cáez
El año escolar 2020 fue marcado por muchas situaciones para todos, a causa de la pandemia del coronavirus. En el mes de marzo nos llegó la información de la gravedad del problema que nos causó miedo, estrés y pánico al conocer los casos de contagios y las personas fallecidas.
Más sin embargo fue y es la realidad. El Gobierno decidió confinarnos en una cuarentena que parecía no tener fin, las aulas de clase quedaron vacías, los tableros, las pizarras, y demás ayudas educativas, también fueron confinadas al desuso.
Los docentes tuvimos que transformar y adecuar espacios en las casas, para convertirlos en aulas de clase, donde poder explicar a los incautos estudiantes. Creamos estrategias, adornamos los espacios, creamos pizarras, aprendimos a crear videos, a darle verdadera utilidad a nuestros computadores, a los dispositivos móviles, a la internet, y a cientos de aplicaciones.
Ahora el tiempo no alcanzaba, las jornadas se hicieron más extensas, para planear las clases de manera diferente, para revisar cada uno de los talleres, trabajos y tareas que mantenían abastecidos nuestros correos electrónicos, sumados a los informes y múltiples documentos que llegaban de nuestros jefes.
Ni que decir del whatsapp, “que nos causaba dolor de cabeza al ver los estudiantes en el colegio perdidamente embebidos, casi hipnotizados de dicha aplicación, que ahora se había convertido en nuestra herramienta de trabajo.
Ni que decir de nuestros hijos en casa, ahora también había que utilizar el poco tiempo que quedaba, para ser los guías, en muchos casos profesores de nuestros propios hijos, para que cumplieran con lo que nuestros colegas a bien les dejaban.
Definitivamente este curioso virus nos sacó de la zona de confort, nos obligó a ejercitar el cerebro, a producir más neuronas y neurotransmisores, para poder encontrar momentos de relajación, llenando de paciencia y porque no, de momentos de placer y felicidad en medio del desconcierto, a ejercitar el cerebro de nuestros aprendices para generar un mejor aprendizaje y pudieran controlar sus emociones y, estado de ánimo, su ansiedad producto del encierro y el cambio abrupto de vida.
Ahí sí que fueron importantes nuestras profesionales. ¡Qué gran labor la que realizaron! Ellas, las psicólogas, las trabajadoras sociales, psico- orientadoras y demás profesionales de apoyo de los colegios e Instituciones Educativas.
Otro aprendizaje fue buscar a Dios, ver niños, niñas, jóvenes y familias llenas de tantos vacíos, de tanto dolor, rabia e incertidumbre, que casi se salía de control, y que cuando volvieron sus ojos hacia Dios y le abrieron su corazón, pudieron encontrar, la paz que se había perdido, la tranquilidad tan anhelada, y la esperanza de un mundo mejor, con seres humanos más agradecidos, a tantas bendiciones, que por el afán de la vida y por un mundo colmado de efímeros y banales placeres, opacaron hasta desaparecer la gratitud y el verdadero amor a la vida, a la familia, a la naturaleza y a los amigos.
Hoy somos conscientes que fue más lo que aprendimos, que lo pudimos enseñar, de tal manera que ahora nosotros. Los educadores, profesores o docentes, estamos más fortalecidos, más instruidos y más convencidos del verdadero valor de educar, de formar a nuestros hijos adoptivos “los educandos”, para enfrentar un mundo y una sociedad, impregnada de consumo y escasa de valores, para llevarlos a ser aquellos seres humanos que hoy tanto necesitamos. Alumnos críticos, analíticos y reflexivos.