
Cumpliendo con la orden del Ministerio de Educación, los colegios hacen un alto en el camino para reflexionar sobre la calidad del servicio y su proyección al 2025 del país más educado. Pero, del 21 al 25 de octubre, en varios hubo desobediencia civil al no guiar el Día “E” con la cartilla ministerial, porque consideraron que para la calidad educativa no bastaba autoevaluarse con resultados de las pruebas Saber y luego trazarse estrategias de mejoramiento institucional.
Para ellos la excelencia implica: condiciones óptimas, destinación presupuestal, ampliación de la cobertura pública y cumplimiento de los acuerdos de dignificación de los maestros. Ven que en cambio se legisla contra la profesión docente acusándole de adoctrinamiento.
Que atentan contra la libertad de cátedra, garantizada en la Constitución y en la Ley General de Educación, siendo nefasto para la excelencia. En el siglo XVIII con libertad de cátedra los pensadores franceses salvaron al mundo del oscurantismo de diez siglos.
Con libertad de cátedra los patriotas promovieron las independencias. En 1918, en Argentina, los educadores y los estudiantes reclamaron la libertad de cátedra y propusieron los consejos directivos. La Constitución de 1991 y la Ley 115 de 1994, eso garantizaron en Colombia. Pero el Estado viene estandarizando y homogenizando los programas académicos en contravía de la creatividad docente.
Realidad agudizada tras la desaparición de los Centros Experimentales Pilotos y los microcentros de educadores, justos espacios de reflexión pedagógica. Para lograr la excelencia, más que institucionalizar las TIC que implementen plataformas oficiales que conviertan los docentes en administradores de currículos, hay que reivindicar la libertad de cátedra.