Trabajaba yo en el Michigan Avenue Hospital de Chicago, y digo trabajaba porque aquel era un hospital en donde no se ofrecía ninguna enseñanza, solo me movió ir a trabajar allí, porque el sueldo mensual era atractivo, quinientos dólares ($500.oo) comparados con los trescientos cincuenta ($350.oo) que devengaba en el Cuneo, uno de los hospitales de la asociación COLUMBUS-CUNEO- MEDICAL CENTER.
Recalco, que trabajaba en aquel hospital que funcionaba en una vieja pero muy elegante edificación del Sur de Chicago, alquilada por unos judíos para atender casi que exclusivamente, pacientes que habían sufrido lesiones en accidentes de tránsito. De manera que los pabellones del hospital permanecían llenos; pacientes con fracturas, y sobre todo con trastornos de la nuca “WHYPLASH” (En español: LATIGAZO).Este trastorno se produce cuando a un automóvil lo chocan por detrás y el conductor mueve bruscamente la cabeza hacia adelante y súbitamente hacia atrás.
De modo que el oficio de nosotros mal llamados “internos”, consistía en hacerles las historias clínicas de admisión que eran muy sintetizadas, nombre del paciente, edad y clase de accidente que siempre era por carros; como a las enfermeras no se les permitía aplicar inyecciones endovenosas, nos tocaba a nosotros los” internos “hacerlo, esto como la mayoría de pacientes admitidos eran de piel negra, costaba Dios y ayuda canalizarles las venas.
A los pocos meses de trabajar allí, arrepentido de haber aceptado dicho cargo y firmado por un año, para mi fortuna o consuelo, allí trabajaba como anestesiólogo un joven cubano del cual me hice buen amigo, un mes antes de finalizarse mi contrato, desesperado y muy desorientado, este amigo me dijo un día que él tenía una amiga que administraba un hospital situado al oeste de la ciudad, sin pérdida de tiempo, la llamó por teléfono y ella le respondió que estaban justamente buscando internos, que fuera a una entrevista; como el SANTANA – nombre de la institución – era aprobado por ECFMG, que era lo que yo buscaba, me fui al día siguiente y seguidamente firmé un contrato por un año.
El Santana quedaba al oeste de Chicago, para esa época, año de 1964, todavía existía en los Estados Unidos la segregación racial, de manera que todos los médicos y enfermeras al igual que los pacientes admitidos eran blancos norteamericanos, hispanos, asiáticos o filipinos. Allí me sentí muy a gusto, el ambiente, el cuerpo médico, la enseñanza sobre todo en el departamento de Obstetricia, lo que yo buscaba.
Me convertí en catedrático de la escuela de enfermería que funcionaba con todo el rigor que el estado exigía; al terminar mi año, recibí tres diplomas: uno de excelencia, el que certificaba que había cumplido mi internado aprobado por ECFMG Y, una esquela con la fotografía donde yo examino a una paciente obstétrica, simulada por una estudiante y, la firma de todas las alumnas de ese año. Todos los conservo en un lugar especial de mi apartamento, rigurosamente enmarcados con los cuales me recreo diariamente recordando esos tiempos tan gratos.
De alguna manera aquella estancia en el Michigan, me permitió estudiar para presentar el examen que el estado exigía para poder acceder al internado de un hospital aprobado, que en este caso lo fue el SANTANA; la amistad con el colega cubano que me orientó sin pérdida de tiempo, hacia este centro o institución donde si había enseñanza.
Como nota especial, debo resaltar la estela diría yo, la fama que dejó el Doctor Emiliano Morillo como interno del Hospital Santana, nunca olvidaré mi primer día en aquella institución, cuando el Doctor Fox jefe del departamento de cirugía me dijo: “ por aquí pasó el colombiano Emiliano Morillo como uno de los mejores internos que hemos tenido, espero que usted lo sea también”.