Toda crisis viene con una oportunidad abajo del brazo. Es más, hay quienes aseguran que el sinónimo de crisis es justamente oportunidad, pero no son iguales las oportunidades que tienen unos y otros en un mundo que cada día es más desigual e injusto.
La pandemia de la Covid-19 representó una gran oportunidad para los científicos, pero fundamentalmente para la industria farmacéutica que aceleró su enriquecimiento –mucho más– en forma vertiginosa en este último par de años.
En la primera quincena de enero posiblemente para muchos pasó desapercibido el informe anual de la ONG española Oxfam Intermón. En esta investigación, denominada Las desigualdades matan, se da cuenta que las diez personas más ricas del mundo duplicaron su fortuna en el período que llevamos de pandemia, mientras que 160 millones de hombres y mujeres pasaron a vivir en la pobreza.
Indudablemente se trata de una decena de multimillonarios que aprovecharon la oportunidad que aparejó la crisis sanitaria, posiblemente en buena ley y en forma honesta, aunque ese no es un punto relevante para este análisis, sino que lo que nos ocupa son aquellos que están pasando necesidades que podrían ser paliadas o revertidas si existiera una mejor distribución de los ingresos.
Este escenario de pobreza, de inseguridad, de falta de trabajo, de salarios sumergidos –para aquellos que pueden cobrar sueldos– y de informalidad lo padecen aún mucho más los que habitan en los países en vías de desarrollo, entre ellos, los latinoamericanos, y por eso no es de extrañar que comience a vislumbrarse en el horizonte los que algunos llaman una segunda ola de gobiernos progresistas en la región.
Las últimas dos elecciones en la América Latina mostraron un cambio de signo ideológico, un cambio de derechas ultraconservadoras a progresismos: en Chile fue electo presidente Gabriel Boric, el joven candidato del Frente Amplio; mientras que en Honduras hizo lo propio Xiomara Castro, del partido Libre, que además será la primera mujer presidenta del país centroamericano.
Estos dos antecedentes no aseguran que toda América Latina elegirá en este período a los candidatos progresistas, sino que existe un escenario propicio para que quienes proponen una distribución de los ingresos más igualitaria y para quienes promueven políticas sociales en beneficio de los más desfavorecidos sean electos.
En 2022 habrá elecciones presidenciales en Costa Rica, Colombia y Brasil. En el país tico las encuestas muestran que ningún candidato alcanza el 20% de las preferencias, por lo que el resultado, a dos meses de los comicios es incierto. En Colombia, en cambio, la derecha conservadora que ha gobernado el país cafetero en los últimos años parece tener los días contados. El gran favorito es Gustavo Petro, que podría estar liderando un histórico triunfo para la izquierda nacional y continental. Finalmente, en Brasil la vuelta al ruedo del expresidente Lula da Silva parece tener como destino el fin de la poco agraciada administración de Jair Bolsonaro y el regreso del histórico dirigente del Partido de los Trabajadores a la jefatura de Estado.
De confirmarse los resultados que surgen de las investigaciones de opinión pública, América Latina estaría ante una segunda ola de gobiernos progresistas. Un segundo ciclo en el que además surgen nuevos liderazgos continentales, como es el caso de Gabriel Boric, que está llamado a jugar un papel muy relevante en esta historia.
Las crisis, sean estas sanitarias, económicas o políticas en general, han traído oportunidades de enriquecimiento para los más ricos; en cambio la oportunidad de los más desfavorecidos es la de manifestarse y hacerse sentir, sobre todo con el voto.