Uno de los problemas que más se ha agudizado durante los últimos años en la humanidad es la intolerancia, que contrasta con la tolerancia como un valor que hace visible en el ser humano la capacidad de aceptación de las personas y de nosotros mismos desde la realidad.
En Civismo, Familia y Sociedad es un hecho que hemos sido creados para la relación de la vida en común, pero muchas veces las diferencias individuales llevan a tener actitudes que dificultan esa interacción.
Y es evidente que se manifiesten en sus rostros señales de intolerancia como: La Rigidez, la persona ejerce resistencia a todo tipo de cambio y a la aceptación de opiniones o sugerencias de otros. Las cosas tienen que seguir siendo como son y no pueden mejorar.
Impaciencia. La persona se deja llevar por la prisa, el afán y la ira, actuando en forma brusca y descortés, al punto de herir los sentimientos de los otros. Actúa de manera impulsiva y precipitada. La prepotencia que subvalora la capacidad de los otros, sus iniciativas y talentos. La persona se cree dueña de la verdad. Su actitud genera diferencias y distanciamientos.
La Dominación, se ejerce un señorío que reprime y ahoga la creatividad y los aportes de los demás generando relaciones de desigualdad. La Marginación que rechaza a las personas, se las aísla y no se las tiene en cuenta. La Exclusión con ella los demás son completamente ignorados, excluidos del grupo si no hacen, dicen y piensan como se desea que los hagan.
Todas esas actitudes son contrarias a la tolerancia desdibujan la personalidad de quienes hacen uso de ella y son generadoras de un temperamento agresivo que en muchas ocasiones termina en hechos violentos.
Si hubiera un termómetro para medir el grado de intolerancia que hay en cada ciudadano serviría para que cada quien haga un autoanálisis de su proceder ante los demás y cuando salga de los terrenos de la tolerancia, habrá que desechar estas no recomendables conductas que pueden tener procedencia también en el egoísmo.