Por si algunos no se han dado cuenta, ha existido una falencia enorme en nuestro sistema democrático respecto a los roles que debe desempeñar un congresista, y guardando las debidas proporciones, los miembros de órganos administrativos colegiados como lo son los concejales y diputados.
Y es que a decir verdad, los mencionados funcionarios, buscan cautivar a sus electores, de diversas y variopintas formas, dentro de las cuales la más conocida y documentada es el incentivo económico y gastronómico, (billete con tamal) pero muy de cerca le sigue, el incentivo de “gestión”
Este incentivo consiste en que, un representante a la Cámara, senador, diputado o concejal, en la mayoría de casos, no saca a relucir su desempeño dentro de la Corporación, ya sea por sus iniciativas legislativas en el caso de los congresistas, o de control político, sino su capacidad de gestionar obras públicas para sus paisanos.
La imagen es muy diciente, esa que tal vez usted y yo hemos visto en varias oportunidades, día de inauguración con cinta y papayera incluida, mandatario, obispo, autoridad militar, y por supuesto el representante o senador, muy al lado, sonriente y convencido de que, sin sus visitas a X Ministerio, esa obra no se hubiera podido materializar.
Por suerte, el funcionario cuenta con varios amigos en Bogotá, y de no ser por ese “valioso” vínculo, no se hubiera logrado nada.
Para desgracia nuestra como electores, esta práctica más allá de ser anecdótica, es muy real y pasa con frecuencia, de allí que muchos de los políticos que hoy ocupan dichos cargos, se preocupen más por que las obras “gestionadas” se inauguren lo más pronto para estar allí, como coparticipes del logro alcanzado.
Es cierto también que además del oportunismo que para muchos representen esas prácticas, lo cierto es que para conseguir que se prioricen obras públicas en nuestro país, por lo general no se apela a la razón o al sentido común, sino a la cercanía o al elemento “útil” que un congresista pueda representar para el Gobierno de turno.
Es regla general, que en el centralismo bogotanista y paternalista en el que vivimos, un alcalde de provincia y además de sexta categoría, sea tratado de manera displicente y casi que indigna. Es ahí donde se hace necesario, tener senador o representante amigo.
Cuando la práctica de “gestionar” ayudas y de paso beneficios económicos, contrastó con el aumento de votaciones a favor, los miembros de las mencionadas Corporaciones, se volcaron a papá Gobierno para que les dieran más obras y recursos con los que podían alardear.
Dichas dádivas, a cambio de un recorrido amable y expedito de las iniciativas del Gobierno dentro de la Rama Legislativa, fue lo que un expresidente jocosamente denominó “Mermelada”.
Hoy por hoy, cursa en el Congreso una iniciativa para que “papá” gobierno no administre el pote de la mermelada sobre la mesa, sino que sean los mismos padres de la patria quienes en una especie de “autoservicio” puedan sacar recursos del presupuesto general de la Nación e inyectarlos directamente en sus regiones sin intervención u objeción del ejectuvo.
De no ser porque el frasco (de mermelada) es pequeño para tantas fauces, cualquier diría que es una buena idea, pero…. ¿lo es?